¿Cómo explicarle a alguien cuyo pensamiento nunca fue arado por el ritmo del lenguaje que ser poeta no es una afición? ¿Cómo explicarle a tu pareja no-poeta que no ocultas nada, que bastaría con que leyera tu último libro? ¿Cómo explicarle a tu familia que un poema es ficción y es verdad, que eres y no eres tú, que podría ser que estuvieras cayendo del acantilado o llegando a él después de la caída?
Los poetas tenemos amigos poetas porque entre nosotros sabemos que no coleccionamos libros, sino lecturas. Entendemos sin explicación que el poema es solo un módem, un repetidor wifi, que la poesía es lo de antes y lo de después; que junto con la luz vienen las palabras, es decir, la luz que rebota —y da forma y color a los objetos— no va sola, lleva imantado un idioma.
Entre los poetas no se generan silencios incómodos porque el silencio forma parte de nuestra comunicación, y en caso contrario, en caso de que el silencio se expanda hasta el daño, podemos hablar maravillas de un poeta muerto, o podemos hablar pestes de uno vivo. O contar cada uno sobre su nuevo proyecto mientras los otros aún escuchan la nada.
¿Cómo explicarle a un amigo no-poeta que no puedes explicarle tu poema? ¿Cómo explicarle a alguien que escribe poemas —y te las enseña, sus «poesías»— que no es poeta? ¿Cómo explicarle a un cantautor que no es envidia lo que se tiene al conocer las ventas de su libro, sino desesperanza y tristeza?
Poetas del mundo, qué mal y qué bien me caéis.